jueves, 15 de julio de 2010

Virgilio en La Eneida de Johana Ferreyra

Introducción


El presente de este trabajo es elaborado con el fin de dar a conocer la literatura romana a través de la Eneida.

El poema fue escrito bajo el reinado de Augusto, para celebrar la pacificación del Imperio, pero en realidad es algo más que una alabanza al emperador. Aparece como la apología del espíritu de Roma a través de las aventuras del héroe legendario Eneas, cuyos descendientes habrían fundado la ciudad. Virgilio mezcló en su poema la leyenda con la realidad, según costumbre de los poetas épicos.

Este poema fue dejando marcas en la historia romana y legados muy importantes que han influido en la evolución de la misma.

El objetivo de esta producción es mostrar a Virgilio en la Eneida en todas sus dimensiones e interpretaciones.
El estudio expuesto se basará en la lectura del material bibliográfico sobre el tema, su análisis y la selección de los elementos más relevantes para el trabajo.

Desarrollo



La generación de Virgilio


Tras las guerras y los negocios, la educación era un factor no menos poderoso de nivelación democrática. En las escuelas de Roma se relacionaba entre sí los miembros de la poderosa bandería de los letrados políticos, que debía gobernar algún día el gobierno el imperio.

Publio Virgilio Marón, contaba entonces con 18 años de edad, su padre era un antiguo alfarero de una aldea vecina de Mantua, que, criando abejas y comerciando en madera, realizó una pequeña fortuna para dar estudios a su hijo.

Los jóvenes entraban con entusiasmo en el nuevo movimiento intelectual que, como un torrente, amenazaba llevarse los antiguos monumentos del pensamiento latino.

El mismo Virgilio que llegaba de su escuela de Milán con ideas rancias e ingenuo deseo de componer un gran poema nacional sobre las leyes de Alba, se puso a estudiar elocuencia al lado del célebre Elpido, profesor de todos los jóvenes, pero se cansó muy pronto y desanimado por su timidez, por su dificultad de palabras, sustituyó la elocuencia con la filosofía, se consagró íntegramente a inquirir el misterio del universo. El ardiente dese de leer, de estudiar. De adornar el espíritu con grandes ideas generales, de sondear la esencia de las cosas, así como la pulcritud por la forma y una percepción exquisita de la finura, de la delicadeza, de la perfección en los detalles que la generación declinante no había conocido, se convertían en rasgos característicos de la nueva generación.

Virgilio: Bibliografía


Publio Virgilio Marón nació hacia 71 A.c. en Mantua, su educación, iniciada en Cremona y continuada en Mediolanum (Milán), fue completada en Roma. Pensaba ejercer la abogacía; pero, después de una actuación desafortunada en los tribunales, el modesto y tímido joven regresó a su granja y comenzó a escribir. Más tarde, en el año 41, fue desposeído de aquella propiedad cuando a los veteranos de Antonio, a raíz de la campaña filipense, se les recompensó con la acostumbrada entrega de tierras. Los buenos oficios del político y escritor Asinio Polión hicieron que las propiedades fueran restituidas a Virgilio y a su hermano, pues su padre acababa de morir. Su estancia en Roma le procuró aún mayor beneficio, pues conoció a Octavio, el futuro emperador, Gayo Gilnio Mecenas y pudo llegar a César Octavio. Sin duda, el poeta era partidario de Julio César antes de que Octavio irrumpiera en la vida política de Roma, por lo tanto, la adhesión al partido augustal era una lógica consecuencia de su anterior actitud. Hacia el 38 ó 37 Virgilio publicó sus Bucólicas. Hacia el 29 leyó a Augusto su poema didáctico Geórgicas, cuyo tema es el cultivo de la tierra. La culminación de su trabajo fue la Eneida, dividido en doce cantos, que dejó inconcluso y que le llevó los últimos diez años de su vida.

Para dar la última revisión a su obra, Virgilio se dispuso en 20 a viajar por Grecia para conocer personalmente los lugares en que transcurría su poema. Pero su salud no resistió los inconvenientes del viaje y tuvo que regresar a Brindisi donde murió.

Desgraciadamente, La Eneida, como no estaba concluida, no pudo ver la luz pública. Incluso antes de su viaje a Grecia, Virgilio intentó que Vario le prometiera que si sucedía algo irreparable, el manuscrito fuera destruido. Afortunadamente, el amigo no se apresuró en cumplir su promesa. Aún en su lecho de muerte, el poeta solicitó su obra para quemarla, pero por fortuna nadie le hizo caso.

Augusto, con gran sagacidad, se dio cuenta de que el magno poema era mucho más importante que la última voluntad de un moribundo y que la posteridad se lo agradeciera. Entonces ordenó que Vario probablemente con la intervención de Tuca, editara la Eneida, que fue publicada prácticamente tal como la había dejado su autor.



“Mantua me vio nacer, me raptó Calabria y ahora me hospeda Nápoles; canté a los pastizales, a los campos, a los guerreros”, se lee en el epitafio atribuido por el propio Virgilio.


Virgilio y la Eneida

Virgilio quiso que sus versos fueran destruidos al sentirse próximo a morir. En su viaje Virgilio cae enfermo, y, a pesar de los cuidados de su amigo Octaviano, muere en el camino de retorno. Era esto en el mes de septiembre del año 19 a.C. Virgilio había intentado arrancarle a Vario, su intimo amigo y poeta, la promesa de que se le prendería fuego a la Eneida al ocurrirle algo grave a su dueño y autor. Pero lo que queda claro es que para Virgilio, el poema no estaba maduro para su publicación.

Virgilio sentía que su obra carecía de madurez interior y sustancial. Pero Cesar Octaviano no la quería sentir de la misma manera. Para Augusto se trataba de una “cuestión de estado”. El le había solicitado a “su” poeta un instrumento formidable de propaganda patriótica y moral, en concordancia con la restauración de Roma, quería de inmediato aquella Eneida que en su plano debía llegar a ser su propia glorificación, en gran pantalla política. Para Virgilio, no estaba en juego su honestidad humana; su compromiso ante sí mismo y ante los que comprendían su problema moral en ese tiempo. Por eso, si no respondía adecuadamente ante aquel desafío, todo su empeño quedaba definitivamente sin sentido.

Virgilio había comenzado a pensar n la Eneida metido en una especie de burbuja, particular estado de exaltación de la esperanza. Con la victoria de Accio, en el 31 a.C., consolidó la certeza de que, en el cielo de Roma habría vuelto la paz, añorada desde hacía siglos.

Era el año en que Virgilio cargó sobre sus espaldas el compromiso de dar a Roma su “propio poema épico”; en aquel mismo año en el que el Senado premió con el sagrado titulo de “Augusto” a Cayo César Octaviano, el Triunviro que quedó solo, y que deponía el poder de “Tirano”, quedando sólo con el de responsable de “re-conducir” a la “Res-pública” de Roma.

Es interesante observar los tres puntos de la Eneida en los que hallamos condensadas las loas dedicadas a Augusto:



· En labios de Júpiter (I, 286 a 296) está la profecía de la clausura del templo de Jano (=fin de la guerra), en mérito al descendiente de la estirpe de IULO y de Eneas: Julio César Augusto. El poeta tiene in mente la primera de las tres clausuras que el Senado decretó bajo su mandato. Se trata de la del año 29 a.C. Tal clausura es exaltada como la definitiva derrota del “impío Furor”, que yacerá postrado y rugiendo inútilmente, porque impotente entre las armas de guerra invadidas por la herrumbre.

· En boca de Anquises (VI, 791 a 795), que lo describe a Eneas en forma profética en el desfile de sus futuros nietos. Allí resuena un himno al hombre prometido, el que dará principio a la nueva “edad de oro”, y que ya los pueblos de Oriente esperan como a un dominador. Allí están también consignadas las victorias sobre los libios y los indios, campañas victoriosas de Octaviano entre el 31 y 29 a.C., y la victoria contra los dálmatas del año 29 a.C.

· En el escudo de Eneas (VIII, 671 a 681), en que está descrita la batalla de Accio, con el ritmo de una gran sinfonía, mientras Apolo, desde lo alto del templo, (que en el libro III aparece visitado por Eneas en su viaje), tiende su arco determinando la victoria de los dioses y de las fuerzas romanas contra las divinidades y las fuerzas del Oriente.


Pero lo que es extraño, es el silencio absoluto de la Eneida sobre el posterior accionar bélico de Augusto.

En definitiva, diremos que su sueño de poeta había esperado en vano la paz de la Justicia y los bienes de la Iustissima tellus; no de la eliminación de los esfuerzos y del trabajo, sino una real victoria del ser humano contra las fuerzas del mal, las que estarían siempre en acecho para destruir cualquier éxito.

La vida real, que vino estableciéndose en el mundo romano, se encargó de hacer desvanecer, implacablemente, cualquier sueño que guardara el poeta en lo íntimo de su alma. En efecto, trabajaba desde apenas un año en la composición de la Eneida, y ya la reflexión acerca de sus esquemas del comienzo le exigían otras profundizaciones, muy distintas de las originales. Cuando ocurre el enigmático suicidio de su amigo Gallo, que terminó por enfriar su estro poético, dañándolo en forma irreparable.



La “Eneida”


La idea de una epopeya nacional debió madurar paulatinamente en el espíritu de Virgilio. Formalmente los moldes de la épica alejandrina ya no le parecían adecuado vehículo expresivo y se volcó, entonces, hacia las formas clásicas homéricas. El propósito fundamental del poeta era cantar el apogeo y esplendor de la Roma augustal. En un principio pensó en celebrar la gesta de Augusto. Pero comprendió que debía transportar la acción al pasado mítico, si quería desarrollar su obra dentro de ámbito épico, ya que el epos es una expresión popular colectiva que canta las hazañas de un héroe, cabeza o símbolo de todo un pueblo.

Para cumplir con su propósito Virgilio tomó como base la saga popular, cuyo personaje principal era el troyano Eneas. Éste de la leyenda popular apareció aureolado con la luz de la épica homérica, ya que en la Ìliada desempeñaba un papel no protagónico. Además de otros factores, el la elección posó asimismo el origen divino de Eneas, hijo de un mortal y una diosa.

Las leyendas de que Virgilio disponía provienen de diversas fuentes. Por un lado está la Ilíada, por otro, los viajes d Eneas estaban tratados en una porción de sagas muy aprovechadas por el pueblo que mantenían relaciones diplomáticas con Roma. Virgilio tuvo que construir su obra sorteando las incongruencias que le presentaba la leyenda popular y muchas veces escogiendo una u otra versión, según las necesidades de su argumento y el enfoque que él hizo de cada tema. A partir de una materia desordenada e informe, Virgilio realizó una admirable labor de unificación y romanización del conjunto, que le valió la inmediata popularidad de su poema. La unidad de la epopeya virgiliana se fundamenta en el sentimiento histórico nacional del poeta, en el sentido del valor del hombre frente a sí mismo y al destino.

Frente a la grandeza ingenua de la Ilíada y la Odisea, la obra de Virgilio está en un plano artístico muy distinto, asume la interpretación de su entorno, refleja voluntariamente los contenidos más importantes de la vida romana, y en esto reside el sentido actual que esta poesía cobró al publicarse dentro y fuera del círculo de Mecenas.

La narrativa virgiliana en su esencia no está basada en lo meramente anecdótico, sino que va más allá y se proyecta hacia una estructura simbológica que es el verdadero cimiento de toda la obra. Además el simbolismo nos sirve de nexo entre la materia épica, puramente histórica, y el interés final del poema, que radica en el presente romano.

Mientras que el las obras de Homero son la epopeya de sus héroes protagónicos, la Eneida está más allá de ser el canto a un héroe particular de los romanos. En ellas se unen la apoteosis del pueblo romano, la epopeya del destino, la oposición entre las fuerzas del orden cósmico y las del caos. En la obra que nos ocupa se conjugan con fuerza, para constituir una sólida base, la historia y el mito, que así pasa a ser un elemento más de la síntesis fina, la heroica y la humana: religión, mito e historia.

Al analizar el conjunto de doce cantos, se observa que los impares son, menos unitarios y están más cercanos a la narrativa homérica. En cambio los pares dedicados a Eneas, tiene estructura cerrada, su estilo es fundamentalmente subjetivo y se acercan a la forma dramática.

En la primera mitad de la obra se desarrolla una dinámica de ajuste preciso; al movimiento interno que se muestra en la figura del protagonista, con el acrecentamiento y la maduración de su personalidad y de sus pietas (piedad), virtud básica de su carácter. Paralelo a este movimiento interior, desarrollado en el plano psicológico, se opera la acción del destino en sus manifestaciones favorables y desfavorables. El elemento integrador de todo el conjunto emerge después de la fusión activa de los dos ámbitos: humano-psicológico y divino-cósmico.

En el tratamiento de los caracteres de sus personajes debió partir de los datos que le proporcionaban las leyendas, obras épicas y tragedias en que se basó. En su tiempo el estudio de caracteres se desenvolvía entre la oratoria judicial y el campo de la comedia nueva, que había sido vertida o adaptada por Plauto y Terencio. Los personajes virgilianos nos muestran claramente la intimidad de sus conciencias. Nuestro autor innovó también en esto dentro del plano de la épica, que hasta entonces se había contentado con definir a cada personaje según un rasgo fijo.


Eneas:

Eneas se vuelca hacia su pasado y el recuerdo de Troya, masacrada y destruida, le sirve para trabajar por el establecimiento de un nuevo estado en el que se fundirán la cultural de los pueblos orientales, con sus creencias religiosas y costumbres, el poeta nos pinta en Eneas y sus compañeros las antiguas creencias y hábitos romanos. Eneas se entrega a la tarea que le ha reservado el destino, a partir des descenso a los infiernos su espíritu se vuelve hacia el futuro. El héroe es conocedor de su misión y la enfrenta con decisión; su objetivo está en un futuro lejano, cuya trascendencia conoce por obra de los dioses. Aquí el protagonista encarna acabadamente la pietas, en una honda actitud estoico-romana, que simboliza la actitud del propio Augusto. Los rasgos fundamentales del carácter de Eneas son heroicidad, grandeza de espíritu, humanidad.

Conclusión


Al terminar este trabajo y después de tan enriquecedora tarda puedo concluir corroborando que el que hoy se detiene a leer a Virgilio no lo hace por su Latín. Lo hace por saberlo un señor poeta, a quien no lo agota su obra, lamentablemente su calidad de “modelo” se va disminuyendo, a medida en que también se va disminuyendo el estudio del Latín. Virgilio se brindó durante muchos anos, tratando de alcanzar la perfección posible, pero comprobó, al final de este largo tiempo, que semejante afán se convertía en una dolorosa frustración. El mundo de la realidad, que terminó por enfrentar su vida, ya no era aquel mundo de ideales con que inició su empresa.

No obstante lo dicho, aquí está su verdadera grandeza. La Eneida viene a ser una búsqueda permanente del sentido de la vida, y el sentido de la muerte, en todo ser humano.

Todo el recorrido bibliográfico me facilitó una idea central, en los lejanos días del año 20 a. de C, y, posteriormente, y aguardando siempre una justificación, pero tan bellas a los oídos de Augusto y tan adaptadas para una prolongada de altísimo nivel artístico al que el Emperador tanto se inclinaba. La inesperada muerte del poeta, hombre de cuya rectitud de alma todos eran por igual consciente y tenían en cuenta se perfeccionismo de las formas, demostrado en Las Geórgicas y en la Bucólicas, hizo que todas las miradas se concentraran en la Eneida. Pero se trataba de ver violentada la decisión de Virgilio: la de que no se publicara la Eneida, pero que sufría el avasallamiento de la conveniencia imperial. Augusto, que nos ha conservado con la Eneida, una etapa tan importante de la mediación humana; y también a la escuela, a la que debemos el hecho de que el poema haya logrado atravesar tantos siglos, acompañando a tantas generaciones.

Eneas llega a ser considerado como el símbolo del ser humano, extraviado en el insidioso mar del mundo, siempre en busca de su auténtica Patria, el cielo. Forma característica de expresar el empeño humano advertido en el protagonista.

JOHANA FERREYRA

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