jueves, 15 de julio de 2010

Comentario Literario de Johana Ferreyra- "Las Ruinas Circulares" de Jorge Luis Borges

LECTURA ATENTA DEL TEXTO


Las ruinas circulares[Cuento. Texto completo]
Jorge Luís Borges
Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repecho la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres. El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálidos y durmió, no por flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. Hacia la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los hombres de la región habían espiado con respeto su sueño y solicitaban su amparo o temían su magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y se tapó con hojas desconocidas.
El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder. Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque era un mínimo de mundo visible; la cercanía de los leñadores también, porque éstos se encargaban de subvenir a sus necesidades frugales. El arroz y las frutas de su tributo eran pábulo suficiente para su cuerpo, consagrado a la única tarea de dormir y soñar.
Al principio, los sueños eran caóticos; poco después, fueron de naturaleza dialéctica. El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los últimos pendían a muchos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, de cosmografía, de magia: los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con entendimiento, como si adivinaran la importancia de aquel examen, que redimiría a uno de ellos de su condición de vana apariencia y lo interpolaría en el mundo real. El hombre, en el sueño y en la vigilia, consideraba las respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba un alma que mereciera participar en el universo.
A las nueve o diez noches comprendió con alguna amargura que nada podía esperar de aquellos alumnos que aceptaban con pasividad su doctrina y sí de aquellos que arriesgaban, a veces, una contradicción razonable. Los primeros, aunque dignos de amor y de buen afecto, no podían ascender a individuos; los últimos preexistían un poco más. Una tarde (ahora también las tardes eran tributarias del sueño, ahora no velaba sino un par de horas en el amanecer) licenció para siempre el vasto colegio ilusorio y se quedó con un solo alumno. Era un muchacho taciturno, cetrino, díscolo a veces, de rasgos afilados que repetían los de su soñador. No lo desconcertó por mucho tiempo la brusca eliminación de los condiscípulos; su progreso, al cabo de unas pocas lecciones particulares, pudo maravillar al maestro. Sin embargo, la catástrofe sobrevino. El hombre, un día, emergió del sueño como de un desierto viscoso, miró la vana luz de la tarde que al pronto confundió con la aurora y comprendió que no había soñado. Toda esa noche y todo el día, la intolerable lucidez del insomnio se abatió contra él. Quiso explorar la selva, extenuarse; apenas alcanzó entre la cicuta unas rachas de sueño débil, veteadas fugazmente de visiones de tipo rudimental: inservibles. Quiso congregar el colegio y apenas hubo articulado unas breves palabras de exhortación, éste se deformó, se borró. En la casi perpetua vigilia, lágrimas de ira le quemaban los viejos ojos.
Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara. Comprendió que un fracaso inicial era inevitable. Juró olvidar la enorme alucinación que lo había desviado al principio y buscó otro método de trabajo. Antes de ejercitarlo, dedicó un mes a la reposición de las fuerzas que había malgastado el delirio. Abandonó toda premeditación de soñar y casi acto continuo logró dormir un trecho razonable del día. Las raras veces que soñó durante ese período, no reparó en los sueños. Para reanudar la tarea, esperó que el disco de la luna fuera perfecto. Luego, en la tarde, se purificó en las aguas del río, adoró los dioses planetarios, pronunció las sílabas lícitas de un nombre poderoso y durmió. Casi inmediatamente, soñó con un corazón que latía.
Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra de un cuerpo humano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, durante catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor evidencia. No lo tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La noche catorcena rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro. El examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una noche: luego retomó el corazón, invocó el nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. Soñó un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soñaba dormido.
En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo era el Adán de sueño que las noches del mago habían fabricado. Una tarde, el hombre casi destruyó toda su obra, pero se arrepintió. (Más le hubiera valido destruirla.) Agotados los votos a los númenes de la tierra y del río, se arrojó a los pies de la efigie que tal vez era un tigre y tal vez un potro, e imploró su desconocido socorro. Ese crepúsculo, soñó con la estatua. La soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro, sino a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad. Ese múltiple dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y culto y que mágicamente animaría al fantasma soñado, de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo y el soñador, lo pensaran un hombre de carne y hueso. Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviaría al otro templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó.
El mago ejecutó esas órdenes. Consagró un plazo (que finalmente abarcó dos años) a descubrirle los arcanos del universo y del culto del fuego. Íntimamente, le dolía apartarse de él. Con el pretexto de la necesidad pedagógica, dilataba cada día las horas dedicadas al sueño. También rehizo el hombro derecho, acaso deficiente. A veces, lo inquietaba una impresión de que ya todo eso había acontecido... En general, sus días eran felices; al cerrar los ojos pensaba: Ahora estaré con mi hijo. O, más raramente: El hijo que he engendrado me espera y no existirá si no voy.
Gradualmente, lo fue acostumbrando a la realidad. Una vez le ordenó que embanderara una cumbre lejana. Al otro día, flameaba la bandera en la cumbre. Ensayó otros experimentos análogos, cada vez más audaces. Comprendió con cierta amargura que su hijo estaba listo para nacer -y tal vez impaciente. Esa noche lo besó por primera vez y lo envió al otro templo cuyo despojos blanqueaban río abajo, a muchas leguas de inextricable selva y de ciénaga. Antes (para que no supiera nunca que era un fantasma, para que se creyera un hombre como los otros) le infundió el olvido total de sus años de aprendizaje.
Su victoria y su paz quedaron empañadas de hastío. En los crepúsculos de la tarde y del alba, se prosternaba ante la figura de piedra, tal vez imaginando que su hijo irreal ejecutaba idénticos ritos, en otras ruinas circulares, aguas abajo; de noche no soñaba, o soñaba como lo hacen todos los hombres. Percibía con cierta palidez los sonidos y formas del universo: el hijo ausente se nutría de esas disminuciones de su alma. El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una suerte de éxtasis. Al cabo de un tiempo que ciertos narradores de su historia prefieren computar en años y otros en lustros, lo despertaron dos remeros a medianoche: no pudo ver sus caras, pero le hablaron de un hombre mágico en un templo del Norte, capaz de hollar el fuego y de no quemarse. El mago recordó bruscamente las palabras del dios. Recordó que de todas las criaturas que componen el orbe, el fuego era la única que sabía que su hijo era un fantasma. Ese recuerdo, apaciguador al principio, acabó por atormentarlo. Temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre ¡qué humillación incomparable, qué vértigo! A todo padre le interesan los hijos que ha procreado (que ha permitido) en una mera confusión o felicidad; es natural que el mago temiera por el porvenir de aquel hijo, pensado entraña por entraña y rasgo por rasgo, en mil y una noches secretas.
El término de sus cavilaciones fue brusco, pero lo prometieron algunos signos. Primero (al cabo de una larga sequía) una remota nube en un cerro, liviana como un pájaro; luego, hacia el Sur, el cielo que tenía el color rosado de la encía de los leopardos; luego las humaredas que herrumbraron el metal de las noches; después la fuga pánica de las bestias. Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico. Por un instante, pensó refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.


EL ARGUMENTO DEL CUENTO

Un hombre llega a un templo que devoraron los antiguos incendios; en ése recinto circular decide realizar el proyecto mágico que había agotado el espacio entero de su alma: soñar un hombre. Después de muchas noches de sueños y fracasos, insomnios y frustraciones, el mago sueña un hombre íntegro, pero éste no se incorpora ni habla. La esfinge del templo destruído oye sus ruegos y le promete animar el fantasma soñado de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego y el soñador, lo piense un hombre de carne y hueso. En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despierta; durante dos años el soñador le descubre al soñado los arcarcos del universo y del culto del Fuego, y cuando comprende que está listo para nacer, lo besa por primera vez y lo envía a otro templo. Una noche, después de cierto tiempo, dos remeros le hablan de un hombre mágico en un templo del norte, capaz de ollar el fuego y no quemarse, le mortificaba al mago la idea de que su hijo soñado haya averiguado su humillante condición de un mero simulacro. El incendio del santuario abandonado le anuncia el fin de sus días; el mago lo comprende y camina contra los jirones de fuego, pero el fuego no lo abraza, lo acaricia sin calor. “Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo”.




LOCALIZACION

El cuento “Las ruinas circulares”, de Jorge Luís Borges, forma parte de la obra “Ficciones”, publicada en 1944, premiada en 1961 por los mas importantes europeos. Este cuento une la especulación metafísica con la magia.


DETERMINACION DE LA TEMA

El tema principal de este cuento es el mundo como un sueño de alguien y el subtema es el tiempo cíclico. Borges, lector apasionado de Schopenhauer, da cuerpo a la visión idealista del mundo según la formulación budista que da expresión a la idea del mundo como un sueño o, lo que es lo mismo, al carácter alucinatorio del mundo como quieren los filósofos idealistas. En este cuento se menciona al tema de la siguiente manera:
“Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.”

DETERMINACION DE LA ESTRUCTURA

v Presentación de la historia por parte del autor

“Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas (…)”

v Ubicación de la acción en el tiempo y el espacio

“Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado (…)”

v Presentación del personaje principal

“Lo cierto es que el hombre gris besó el fango (…) El forastero se tendió bajo el pedestal (…)”.

v Propósito del forastero

“El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad.”

v Sueño de un anfiteatro circular lleno de alumnos

“El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los últimos pendían a muchos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo precisas.”

v Idealización de otro plan para cumplir su propósito

“Para reanudar la tarea, esperó que el disco de la luna fuera perfecto. Luego, en la tarde, se purificó en las aguas del río…”


v Sueño de un órgano vital

“Casi inmediatamente, soñó con un corazón que latía. Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra de un cuerpo humano aun sin cara ni sexo”
v Nacimiento de un mancebo inerte
“Soñó un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos…”

v Pedido de ayuda al dios del fuego

“Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviaría al otro templo despedazado…”


v Despertar del Mancebo

“En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó.”

v Proceso de enseñanza del Mancebo
“(…) le dolía apartarse de él. Con el pretexto de la necesidad pedagógica, dilataba cada día las horas dedicadas al sueño.”

v Memoria borrada del Mancebo

“Antes (para que no supiera nunca que era un fantasma, para que se creyera un hombre como los otros) le infundió el olvido total de sus años de aprendizaje.”


v Finalización de la obra del forastero

“El propósito de su vida estaba colmado”

v Noticia dada por parte de dos remeros

“(…) lo despertaron dos remeros a medianoche: no pudo ver sus caras, pero le hablaron de un hombre mágico en un templo del Norte, capaz de hollar el fuego y de no quemarse.”


v Temor del forastero por su hijo

“Temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo su condición de mero simulacro.”


v Comienzo del incendio

“En un alba sin pájaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico. Por un instante, pensó refugiarse en las aguas (…)”



ANALISIS DE LA FORMA PARTIENDO DEL TEMA

En este cuento el autor presenta al personaje principal, éste no tiene nombre ni descripción física, la única característica es ser un mágico. Él va hasta las ruinas de un antiguo templo, con forma circular, para soñar conscientemente con un ser humano perfecto. Muchos de los personajes de Borges logran una intensidad desacostumbrada porque son ellos y otros, eso OTRO abstracto, lo ubica en una perspectiva donde cobran un carácter simbólico, donde su realidad inmediata encuentra una cifra genérica que los explica (reduce la metafísica a una rama de la literatura fantástica). Los sueños son símbolos capaces de muchos valores y proponen al lector una doble o triple interpretación. Según Jaime Alazraki “La doctrina budista del mundo como un sueño de alguien o de nadie, es otro de los temas centrales de la narrativa de Borges”.
Los sueños también, según Ana Barrenechea, son otra forma de sugerir la indeterminación de los límites entre el mundo real y el mundo ficticio. Tiene dentro de la economía de sus relatos papeles premonitorios, laberínticos, de repetición cíclica, de alusión al infinito. Unas veces son más nítidos que la misma vida y por serlo la existencia tiende a volverse ensoñación. En ciertos casos es una desolada angustia en una realidad rarificada que se confunde con el infierno. Es también salir de una pesadilla a otra sin saber cómo se ha llagado a la vigilia y el mezclar los sueños y la realidad sin saber qué es cierto y qué es inventado. Combinan a menudo, características constante de su estilo, la nitidez y el efecto irreal y misterioso: “Una tarde (ahora también las tardes eran tributarias del sueño, ahora no velaba sino un par de horas en el amanecer) licenció para siempre el vasto colegio ilusorio y se quedó con un solo alumno…”. Con ciertas expresiones de fantasmidad del ser: “vasto colegio ilusorio”, y le da al lector la posibilidad de creer que existe la existencia del fantasma (ansias de liberarse d su condición, sueño del hijo detalle por detalle: “…soñó con un corazón que latía. Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado…” (…) “…con minucioso amor lo soñó, durante catorce lúcidas noches.” (…) “…emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil.”(…) “Comprendió con cierta amargura que su hijo estaba listo para nacer -y tal vez impaciente.”

Para Borges el tiempo es el problema central de la metafísica; es natural que el tiempo se transforme también en uno de los temas centrales de su narrativa. De todos los esquemas temporales, y el que se fa con mayor frecuencia, es el TIEMPO CICLICO O CIRCULAR (el mito del eterno retorno). Recordemos que el eterno retorno es una concepción filosófica del tiempo postulada en forma escrita, por primera vez en occidente, por el estoicismo y planteaba una repetición del mundo en donde éste se extinguía para volver a crearse. Bajo esta concepción el mundo era vuelto a su origen por medio de la conflagración, donde todo ardía en fuego. Una vez quemado, se reconstruía para que los mismos actos ocurrieran una vez más en él.
Esta idea fue retomada después por Friedrich Nietzsche en su libro "Así habló Zaratustra". Como expresión ha pasado a ser un tópico literario y cultural.
En el "eterno retorno", como en una visión lineal del tiempo, los acontecimientos siguen reglas de causalidad. Hay un principio del tiempo y un fin que vuelve a generar a su vez un principio. Sin embargo, a diferencia de la visión cíclica del tiempo, no se trata de ciclos ni de nuevas combinaciones en otras posibilidades, sino que los mismos acontecimientos se vuelven a repetir en el mismo orden, tal cual ocurrieron, sin ninguna posibilidad de variación.
Sin embargo, de todas las versiones del eterno retorno, la que Borges prefiere es aquella que considera que los ciclos se repiten no son idénticos sino similares. En “Las ruinas circulares”, la existencia de dos soñadores deja entrever la posibilidad de una seria infinita de soñadores que está reforzando a la forma circular del templo. A continuación se observarán ejemplos extraídos del cuento “Las ruinas circulares” donde se refleja claramente la temática del tiempo circular:
· “…no pudo ver sus caras, pero le hablaron de un hombre mágico en un templo del Norte, capaz de hollar el fuego y de no quemarse.”
· “Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego.”
· “Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.”



6. CONCLUSION

Este cuento es otro exponente típico de ése incesante canje entre la ficción y la realidad, en el cual Borges crea un mundo imaginario hasta confundir la una en la otra. Al comienzo de su narración nos indica cuál es el propósito del personaje; luego nos introduce es ese propósito creando así al lector un mundo irreal.Resulta difícil o casi imposible distinguir lo verdadero de lo falso, es parte de la batalla para confundir al lector, lo obliga a creer lo falso de lo verdadero. El autor de La obra Ficciones agota los instrumentos del lenguaje para guiarnos a un mundo falso, irreal que solo son sueños, pensamientos…

Johana Marcela Ferreyra

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